miércoles, 25 de abril de 2007

Permíteme



Permíteme, María, ser tu paso,
caminar tu sagrado recorrido
y recoger la luz como un ocaso
silenciando la sombra y el sonido.
Permíteme, María, ser el vaso
donde viertas tu pena, y da sentido
al lento transitar que avanza al raso
compartiendo el dolor, tu verde herido.
Abrázame, mujer, soy tu sudor
y soy tu escalofrío, el movimiento
silente de tu palio y de tu manto.
Abrázame, mujer, con el amor
de tu Esperanza, madre, cuando siento
en mis hombros el peso de tu llanto.

miércoles, 11 de abril de 2007

Postrados a tus pies



Postrado está a tu cruz Juan Zebedeo,
tu madre de amargura y el dolor.
El aliento de tu último deseo
clavado en los pecados, redentor.

Tu buena muerte, verde balanceo
de la fe de los hombres, el sudor
de la resurrección en la que creo
y brota como sangre en el amor.

De rodillas, Jesús, junto a María,
junto al escalofrío de tu muerte,
rendido está a tus pies el hijo amado.

Y la sangre, caliente todavía,
siembra claveles rojos, se convierte
en perdón tu latido desclavado.

lunes, 9 de abril de 2007

CAMINANTE


Caminas, nazareno, penitente,
encadenado al cuerpo todavía,
como un mar amarrado a la bahía
que quiere huir del hombre en el poniente.

La luz se ha descuidado, y de repente,
la noche ha destruido el mediodía,
la lluvia al sol, la pena a la alegría,
la cruz tu vida, el tiempo a su presente.

Y todo es porvenir, todo es futuro
en un instante de tu calendario.
El gesto de perdón en tu mirada.

Y aunque de pronto, el horizonte oscuro
ha clavado la noche en tu calvario
más allá del dolor no hay madrugada.

TRES CAÍDAS


Te has caído, Jesús, hasta tres veces
sobre tu propia vida derramada.
Pero te has levantado y resplandeces
más allá del dolor de tu mirada.

Te han limpiado la cara, y amaneces,
paño de luz y sangre conjugada
en la sexta estación, lienzo que ofreces
a nuestra fe recién inaugurada.

Te has caído, Jesús, y al levantarte
como un amanecer en las colinas
el tacto de Verónica te alcanza.

El cáliz de tu rostro, el estandarte
del amor levantado en las espinas;
Tus ojos, nazareno, de esperanza.

miércoles, 4 de abril de 2007

Cuerpo yaciente



En tu cuerpo yaciente, mutilado
hasta la muerte, vive la hermosura
de tu perdón, el eco de la altura
y la invisible voz de tu costado.
Convócame, Jesús, que ha perdurado
tu aliento más allá de la tortura,
más allá de la pétrea sepultura
que ha construido el hombre y su pecado.
Levántate, deshazte de tu crimen,
quiebra la urna de cristal que encierra
la verdad de la luz, tu alma herida.
Regresa de tu lecho, y haz que rimen
muerte y resurrección, vuelve a la tierra
desde el sepulcro, tú, que eres la vida.

No llores, madre.



Avanza tu silencio, el verde avanza
sobre el sudor de cada penitencia,
unido en uno sólo, en una danza
de luz ungida a música de ausencia.

Baila tu llanto, baila la esperanza
en los acordes de la transparencia
¿Quién te clava, mujer, con una lanza
de lágrimas los ojos? ¿Qué sentencia?

No llores, madre, y sigue caminando
como la sal conjuga un remolino
y el verbo mar su amor en las orillas.

Cuándo termina, madre, dime cuándo
acaba la esperanza. Mi camino
es el tuyo de flores amarillas.