
Postrado está a tu cruz Juan Zebedeo,
tu madre de amargura y el dolor.
El aliento de tu último deseo
clavado en los pecados, redentor.
Tu buena muerte, verde balanceo
de la fe de los hombres, el sudor
de la resurrección en la que creo
y brota como sangre en el amor.
De rodillas, Jesús, junto a María,
junto al escalofrío de tu muerte,
rendido está a tus pies el hijo amado.
Y la sangre, caliente todavía,
siembra claveles rojos, se convierte
en perdón tu latido desclavado.
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